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martes, 14 de septiembre de 2010

El tiempo pasará...

La miró, y le dijo algo con su acostumbrada elocuencia, que ella no había olvidado, como no se olvida montar en bicicleta. Era raro, porque más que construir, recordábamos, nos recordábamos. Era como estar en casa, en el lugar de siempre pero con la madurez que impregnaba los recuerdos, "los raticos". Se miraban con el respeto que aporta la experiencia. Se miraban con las experiencias individuales del día a día. Con una madurez no conocida por ella, estaba aprendiéndola. Sintió su mirada, recordándola, descubriéndola, viéndola de nuevo eterna, descubriendo la fuerza con la que ella había retornado al presente, y qué carajo, estaba tan guapa que le estremecía, mostrando un lugar que ella no conocía, no había visto, sería la madurez que otorga los años, impregnado de conocimiento, pensó ella. Ella a su vez ofrecía la tranquilidad, sabiduría y alegría, qué él no reconocía....

¿Le echas de menos mamá?.....


No, jamás echas de menos lo que no tuviste, lo que no compartiste, lo que no viviste.

No, eché de menos, los momentos a los que me retornaba. Las noches de fiesta, despreocupadas, aprendiendo. Eché de menos los vaqueros usados y remendados, frente a los vestidos con complementos sofisticados, de ahora. Eché de menos, mi eterno aprender, en unos años en los que por su incertidumbre eran mágicos. Eche de menos las eternas noches de fiesta. Los años que te diviertes y vives aprendiendo careciendo de recuerdos, porque no los tienes. Me eché de menos a mí, a la chiquilla que no se comprometía, ni por todo el oro del mundo, ni por todo el amor del mundo. Esos momentos en los que no te involucrabas emocionalmente, porque no lo necesitabas, no lo deseabas. Eché de menos la falta de responsabilidad con la que vivía. Eran años en los que nadie movía mis pies, estaban donde Yo quería. Y eso lo eché de menos. Eché de menos al caballero que en el vivía y ahora no encuentro en mi día a día. Eché de menos la risa y la complicidad. Todo eso eché de menos.

Eché de menos a mis amigas, las juergas, risas, complicidades, las mañanas buscando agua, y las noches llorando por nada, esos momentos al lado de ellas, QUE NO CAMBIABA POR NADA, y que mientras los vives piensas que son ETERNOS, que no van a acabar.



Él me devolvió, como yo a él, a esos momentos en los que pensábamos que la vida siempre sería tan irreal que ni siquiera la viviríamos.



Hasta mañana hija.

Adiós mamá.

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